Nací en una sociedad conservadora, dentro de una familia ultra católica, censuradora, muy santurrona, peor en el sexo femenino que todo lo consideraba pecaminoso, y el sexo un tema tabú.
Creci viendo como era normal que los niños vieran asesinatos y los crímenes mas violentos con toda naturalidad en televisión, cine y revistas, pero si una pareja se daba un beso, era motivo de cambiar rápidamente de canal.
Sentir odio, envidia, etc. era mejor aceptado que sentir deseo sexual, debido a que pensar, sentir o ver algo que tuviera que ver con la sexualidad humana era considerado “malos pensamientos”, pensamientos impuros que ademas ofendían al Señor, grande y grave pecado mortal que se pagaba con una eternidad ardiendo en las llamas del infierno, por lo cual, aquel que pecara con el pensamiento salía corriendo a confesarse para ser perdonado.
Tocarse, nos enseñaban, ocasionaba gran daño a la salud física y mental de aquel adolescente que lo hiciera.
Muchas personas buscaban poner a sus hijos en colegios católicos para evitar la educación laica.
Teníamos que ir a contar nuestras intimidades a un anciano morboso, que con el tiempo me di cuenta que practicaba abusos sexuales con adolescentes varones, monaguillos, menores de edad.
En la familia jamás se tocaba el tema si se descubria que eran pedófilos y/o pederastas.
Al ir creciendo, me rebelé contra todo esto, como es de suponer.
El sentido común, mis estudios y el pensar libremente hizo que me diferenciara de todos aquellos que vivian llenos de sentimientos de culpa debido a la religión y a la educación dentro de una sociedad mojigata y puritana donde se escandalizan, juzgan y condenan fácilmente.